Por fin en la Posada de Robleda, mis pies descansan, y mi barriga estará saciada en breve. Francis está en el establo bien cuidado gracias a unas pocas monedas de oro, Rata anda por ahí merodeando buscando ‘souvenirs’, el camarero me está preparando una pinta de cerveza negra, y el cerdo está en el fuego… Estoy solo, tranquilo, a la espera de mi merecida cena… ¿Qué más puedo pedir?
Retomo la historia donde la dejé, comiendo en aquella habitación junto a la gran sala donde fuimos atacados por los kobolds…
Mientras terminaba mis raciones, y daba unos últimos tragos de vino para animar el espíritu, Rata me advirtió de que dos kobolds con cucharas de madera y delantales blancos (o lo fueron en algún momento) salieron corriendo camino de la salida del torreón. ¿Kobolds cocineros? Lo que me faltaba por ver… ¿Qué será lo siguiente? ¿Esqueletos músicos? ¿Trasgos filósofos? ¿Trolls malabaristas (con antorchas)? Bueno, a lo que iba… Después de ver aquella visión demencial, y terminar el aperitivo, nos dirigimos a una puerta lateral de la gran sala. Y por supuesto, allí nos encontramos con las cocinas… No sé por qué me extrañé si los cocineros acababan de salir corriendo de allí mismo, pero bueno, digamos que hay cosas que uno no se espera encontrar en una torre abandonada y decrépita, ¿no es así? En un lado un par de ollas hervían al fuego, y la estancia tenía un olor no excesivamente agradable… Me alegro no tener que comer viandas cocinadas por kobolds, la verdad.
No encontramos nada interesante en la cocina, ni en la sala siguiente, que se encontraba bastante oscura ya que el techo allí apenas si se había desmoronado. Tras encender una antorcha, pasamos a otra sala más allá, de cuya pared izquierda se filtraba algo de luz. Rata fue corriendo a ver qué era y volvió con aire de superioridad, y cara de satisfacción: ‘Ya te dije que nos vigilaban. Desde ese agujero de ahí se ve perfectamente la entrada de la torre… ¿Quién tenía razón?’ Y se alejó con una media sonrisa el muy… Como odio cuando tiene razón, siempre hace lo mismo.
Seguimos registrando las últimas cámaras sin éxito, estaba claro que algo nos habíamos dejado atrás, así que Rata se dedicó a ir puerta por puerta, pared a pared buscando cualquier puerta, trampilla o escalera que nos hubiésemos dejado sin explorar. Yo me quedé sentado mirándole correr de un lado a otro… hay veces que este chico parece totalmente hiperactivo, la verdad. Al de un rato escuché a Rata gritar que había encontrado algo… Me levanté desganado hacia una de las habitaciones del pasillo de la entrada pensando en por qué hice caso a este mamarracho y vine hasta aquí en busca de aventuras. Con lo bien que estaría en Robleda cenando en el Potro Rojo y bebiendo ese fantástico vino élfico que tienen allí. Rata había encontrado una trampilla en el suelo, que estaba cubierta por harapos, cascotes y deshechos variados. Debajo de la misma unas escaleras talladas en la roca se sumergían en la oscuridad, y para cuando quise darme cuenta Rata ya estaba bajando por ellas.
Rata iba por delante de mí mientras yo iluminaba el lúgubre pasadizo con una antorcha, hasta que, de repente, desapareció con un grito… 2 segundos después un golpetazo resonó por todo el pasillo. ‘Ten cuidado, las escaleras desaparecen y el pasillo se convierte en un tobogán muy empinado’ me gritó Rata. Gracias a su advertencia avancé con cuidado… y caí estrepitosamente, como no podía ser menos.
No hay forma de dar fin a mi relato, siempre soy interrumpido por algo, aunque afortunadamente esta vez me interrumpe una deliciosa pata de cerdo y una jarra de cerveza negra de fabricación enana… Cuando acabe de cenar terminaré el condenado relato de una vez.
No hay forma de dar fin a mi relato, siempre soy interrumpido por algo, aunque afortunadamente esta vez me interrumpe una deliciosa pata de cerdo y una jarra de cerveza negra de fabricación enana… Cuando acabe de cenar terminaré el condenado relato de una vez.
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